
PALABRAS DEL SALIENTE EMBAJADOR DE LA REPUBLICA DOMINICANA EN PORTUGAL, MIGUEL ÁNGEL PRESTOL, EN EL ACTO DE CONMEMORACION DEL 181 ANIVERSARIO DE LA PROCLAMACION DE LA INDEPENDENCIA NACIONAL.
Excelentísimos Señores Embajadores, Su Eminencia Reverendísima, Monseñor Ivo Scapolo, Decano del Cuerpo Diplomático acreditado en Portugal; Ilustres Dignatarios del Estado y del Gobierno Portugués, Honorable Representante de la Cámara Municipal de Lisboa y de la Casa de América Latina, Dr. Alberto Laplaine Guimaraes; Honorable Representante de la Organización de Estados Iberoamericanos (OEI), con sede en Lisboa, Dra. Ana Paula Laborinho; Fraternos Representantes de la Comunidad Dominicana residente en Portugal, encabezados por la “madre afectiva”, de dicha Comunidad, Dra. Licinia Thomas de Pinho e Almeida, cónsul honoraria dominicana en Lisboa por más de 40 años.
Señoras y Señores:
Contra los rigores de la sensación térmica local por estos días, la Embajada de la República Dominicana en la República Portuguesa ha querido concentrar hoy en torno de la efigie del Padre de la Patria, Juan Pablo Duarte, dignamente erigida por oportunas gestiones precedentes en esta acogedora y hermosa ciudad de Lisboa, la conmemoración del centésimo octogésimo primer aniversario del que nos regocijamos como nuestro Día Nacional de la Proclamación de la Independencia.
Fue próximo a la medianoche del 27 de febrero de 1844 cuando, reunidos los patriotas en la Puerta de la Misericordia, entre las murallas coloniales de Santo Domingo, el sonoro disparo de un trabuco en las manos de Matías Ramón Mella, seguido del izamiento de la bandera nacional por Francisco del Rosario Sánchez en la Puerta del Conde, marcó la determinación sin retorno de poner fin a 22 años de dominación haitiana.
Vista con amplitud de miras, como fenómeno social, la vocación dominicana de autodeterminación se ha llegado a considerar, con acierto, de una dimensión sin paralelo, habida cuenta de que sus orígenes se remontan a dos siglos antes de que despertara en nuestro vecindario insular antillano y en buena parte de América, una conciencia política de emancipación.
Cierto es, señores, que la población que con sus atributos consustanciales se iría perfilando como nación en la parte oriental de la antigua Isla Española, fue reacia a toda imposición extraña como se evidenció a raíz del Tratado de Basilea, de 1795, cuando, según lo describiera con crudeza don Marcelino Menéndez y Pelayo, “nos traspasaron como si se tratara de un hato de bestias”.
Semejante espíritu de repulsa, conforme se ha hecho notar también válidamente, se percibió frente al régimen francés de Antoine Kerverseau y Jean Louis Ferrand, como en 1821 quedó la convicción de un rompimiento definitivo con el estatus colonial ibérico, pese a la ostensible inviabilidad de un cuasi-improvisado proyecto para la creación de un Estado Independiente de Haití Español, supuesto a cobijarse bajo la sombrilla de la Gran Colombia, bosquejo que murió en su cuna 28 días después, a la llegada con sus tropas, previa astucia y estratagema, del presidente haitiano Jean Pierre Boyer, el 9 de febrero de 1822.
Conceptuada más allá de la ineluctable separación de la vecina República de Haití, nuestra Independencia Nacional comprende toda una levantada y extensa demostración de coraje, intrepidez, proeza y heroísmo singulares, cuyo legítimo canto es la epopeya.
Pero se impone una elucidación necesaria. Si los haitianos defendían, como en efecto, sus pretensiones de conservar toda la isla bajo su dominio, temerosos de que una potencia extranjera se instalara en la vasta extensión de la parte oriental, no es cierto –como adujeran historiadores haitianos, incluido el acreditado historiógrafo y diplomático, Jean Price-Mars—, que los dominicanos invocaran la intervención de otras naciones para que los ayudaran a contener las ambiciones de sus vecinos. ¡Falso de toda falsedad!
Ni los afrancesados ni los conservadores que años después condujeron a reducirnos a una relegada provincia española, formaron parte alguna de las columnas de combatientes dominicanos, vencedores, primero, frente a Haití, en doce cruentas batallas desde 1844 hasta 1856, y en una segunda etapa, frente a una infamante Anexión a España, entre 1861 y 1865. Duarte había sentenciado un dilema terminante: “La República Dominicana ha de ser libre e independiente de toda intervención, influencia, dominación o poder extranjero. ¡O se hunde la Isla!”.
Si cierto es que a lo largo de estos 181 años, desde la proclamación del 27 de Febrero de 1844, los dominicanos hemos tenido que padecer y enfrentar ominosos períodos dictatoriales e intervenciones militares que temporalmente han ensombrecido nuestras libertades y nuestra soberanía, no lo es menos que en todo momento se ha manifestado el templado espíritu de nuestro pueblo por la preservación de su Independencia Nacional.
A la bizarría incipiente de un Fernando Tavera y sus lanceros en la Fuentre del Rodeo, en Bahoruco, seguiría la determinación en su momento de un Pedro Santana y su columna proletaria en Azua, la ingente defensa fronteriza de un Antonio Duvergé, la fiereza de un Gaspar Polanco, hasta la cumbre en la defensa de la soberanía de un Gregorio Luperón. Y así en la historia reciente las ingentes luchas por las libertades y derechos democráticos, encarnados en gladiadores de la talla de Manuel Aurelio Tavárez Justo y Francisco Alberto Caamaño Deñó.
Hoy nos rige un Estado social y democrático de derecho que en el ámbito internacional promueve la amistad y la solidaridad entre las naciones, así de las Américas cuanto de Europa, África, Asia y Oceanía, de especial solidaridad con nuestros hermanos de América Latina y el Caribe.
Una expresión palmaria de esta fraternidad es la suerte de apostolado asumido por nuestro Presidente, Luis Abinader, en procura de sensibilizar a la comunidad internacional ante la grave crisis institucional, económica y de seguridad que afecta gravemente a la hermana República de Haití.
La República Dominicana ha deplorado la prolongada confrontación bélica entre Rusia y Ucrania, declarando inaceptable toda ruptura del orden internacional basado en reglas. De igual manera, ante el no menos aciago conflicto en el Oriente Medio, nos hemos pronunciado con oportunidad a favor del cese al fuego en la franja de Gaza.
Como lo manifestara nuestro ministro de Relaciones Exteriores, Roberto Álvarez, en la septuagésima Asamblea General de las Naciones Unidas, “hoy la humanidad requiere resultados que favorezcan la paz y eviten nuevos conflictos, especialmente aquellos que impliquen un peligro para la existencia misma del planeta”.
Señores:
Teniendo a la vista la creciente presencia de visitantes lusos en nuestro país caribeño, mayormente cautivados por las paradisíacas playas de Punta Cana, Bayahibe, Las Terrenas, Samaná, Playa Dorada, Puerto Plata y Bahía de las Águilas, entre tantas otras, así como nuestro rico acervo cultural e histórico, parecería que es por estos tiempos cuando los portugueses han venido en “descubrir” a la República Dominicana.
En realidad los vínculos entre Portugal y nuestro país se remontan a más de 150 años, según documentos que reposan en nuestro Ministerio de Relaciones Exteriores, entre los que figuran copias de correspondencias remitidas al Ministerio luso de Negocios Extranjeros por el primer cónsul de Portugal en Santo Domingo, señor Sully Dubreil, que datan de los años 1879 y 1880.
Las cada vez más dinámicas relaciones bilaterales constituyen hoy día un manifiesto empeño compartido de confraternidad, como lo demostraron las visitas oficiales de los presidentes Marcelo Rebelo de Sousa, de la República Portuguesa, a Santo Domingo en marzo de 2023, y de Luis Abinader, de la República Dominicana a Lisboa, en mayo de 2024. Visitas de la que resultaron recíprocos e importantes acuerdos de cooperación, actualmente en curso.
Entre ambas naciones, asimismo, la cultura tiene recíprocamente un campo abierto. Del modo como en nuestro círculos literarios tendrá cabida siempre la poesía universal de Fernando Pessoa y sus heterónimos, la interrogación de la historia y las motivaciones humanas en la singular narrativa del laureado José Saramago, o acaso la visión antropocéntrica de un Luis de Camões, así también hemos creído propio acercar a los portugueses al magisterio superior de un Pedro Heríquez Ureña o al múltiple y poderoso registro lírico que de un Manuel del Cabral apreciara en su momento Gabriela Mistral, o a la cautivante narrativa de Juan Bosch y de tantos otros trascedentes cultores dominicanos de las letras y de las artes. Nos satisface por ello haber logrado la apertura de una sección de autores dominicanos en el Instituto Cervantes de Lisboa.
Ahora sólo nos queda sólo agradecer a todos, distinguidas personalidades, el alto honor que nos han dispensado de venir a compartir el regocijo con que los dominicanos recibimos hoy este centésimo octogésimo primer aniversario de la Proclamación de nuestra gloriosa Independencia.